viernes, 7 de agosto de 2015

LA ESPADA DE MADERA Y SU REPRESENTACIÓN DEL SUJETO ANDINO ECUATORIANO

No suelo escribir de mí en este espacio. Lo hago en esta ocasión para celebrar y compartir la publicación de mi libro La representación del sujeto andino ecuatoriano en el grupo de teatro La Espada de Madera, bajo el auspicio íntegro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, que decidió incluirlo en su colección Tramoya de Dramaturgia y que el 28 de julio de 2015 presenté en el Núcleo Loja de esta institución. Es, por tanto, de ese sujeto que denomino andino ecuatoriano, que encuentro presente en el trabajo del grupo quiteño La Espada de Madera, que hablo en esta suerte de ensayo, resultado de una investigación que desarrollé en 2012 en Quito con el apoyo del Fondo de Investigaciones de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador.




Lo andino o, mejor aún, las culturas andinas, siempre han sido una inquietud vital para buena parte de los países suramericanos, lo que ha llevado a los gobiernos a poner en práctica una serie de iniciativas a nivel político, económico y cultural, así no resulte suficientemente claro para sus habitantes qué es lo andino o qué implica ser andino. Así, por ejemplo, tenemos la Comunidad Andina de Naciones, anteriormente denominada Pacto Andino; el Parlamento Andino; y también los encuentros anuales de culturas andinas que se realizaban en Pasto, Colombia, la ciudad donde nací, que reunían a numerosas delegaciones de la subregión andina y de otros países del continente americano. Lo andino, para decirlo en otras palabras, es una fuerza intercultural que va más allá de lo geográfico y territorial, de esa vasta y encantadora cordillera de los andes que atraviesa países, historias, lenguas y culturas y determina la vida de los pueblos.

Lo andino no podía dejar de incidir en el arte. Es más, es quizás a través del arte donde mejor se vive y comprende. Por eso tenemos la danza, las fiestas, los carnavales, la música, la literatura y el teatro que recogen esa amalgama de expresiones de las culturas andinas. Ecuador es uno de los países que reúne ese legado; baste pensar en los carnavales de Guaranda y Ambato, en la fiesta del Inti Raymi que tiene lugar en varias provincias de la región sierra para celebrar el solsticio de invierno, en los Diablos de Alangasí, que mezclan lo profano y lo religioso durante la tradicional semana santa de ese poblado cercano a la ciudad de Quito. Así mismo, en las novelas de Jorge Icaza, en la pintura de Guayasamín, en la presencia ecuatoriana de Max Berrú en el grupo chileno Inti-Illimani. Y, por supuesto, en el desgarrador pasillo, ponderado como la música nacional del país.

El teatro en Ecuador ha sabido aglutinar ese sentimiento, ese espíritu, esa festividad, esa estética y esa identidad andina. Desde obras como Boletín y elegía de las mitas, en los setenta, hasta El silbato del ciego, última obra de La Espada de Madera, en 2014, una parte importante de las prácticas teatrales ha estado en permanente búsqueda de ese sujeto andino ecuatoriano que adopta tantos rostros. Justamente esa curiosidad e interés por lo andino, de lo cual soy arte y parte como quiera que nací en una ciudad andina, fue lo que me llevó a escribir este libro. Porque junto a lo andino estaba lo mestizo y lo barroco, dos elementos que configuran también la complejidad de nuestras culturas y nos cuentan, de algún modo, lo que somos.

El grupo La Espada de Madera es hijo de la ilustre y barroca ciudad de Quito que, no en vano, ha sido considerada como la capital del barroco en Latinoamérica. Sin embargo, el barroco quiteño no se limita a su emblemático centro histórico. El barroco, como lo pensó el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría, es mucho más que un estilo arquitectónico y pictórico que ha legado tantos tesoros, y mucho más que una época comprendida entre el XVII y mediados del XVIII. El barroco es una forma de ser, sentir y estar en el mundo mediante la experiencia festiva, lúdica y estética. El barroco es, por lo tanto, algo que los andinos llevamos dentro y que nos permite vivir, no sobrevivir, sino enfrentar un mundo marcado por el ethos realista, como lo definió Echeverría para nombrar el modo de vida capitalista predominante, que ha hecho del valor de cambio un valor absoluto para la vida humana. En cuanto a ese tercer elemento, lo mestizo, es otra construcción social no exenta de polémica, acaso aun más que los otros dos debido a los usos sociales, políticos e históricos que se le han dado, en algunos casos para separar, discriminar y distinguir lo que se considera socialmente impuro. El uso que aquí interesa, sin embargo, es el que muestra tanto las contradicciones y conflictos como las fortalezas de la mesticidad y, en cualquier caso, la validez de considerar a las culturas andinas como mestizas en la medida en que ya no se puede hablar hoy de culturas puras por cuanto todo está atravesado por la modernidad.   

Patricio Estrella y Pepe Alvear en Los pájaros de la memoria
Foto: Ricardo Centeno 

Los fundadores de La Espada de Madera, Patricio Estrella y Pepe Alvear, asumieron desde un principio, años antes de que Echeverría publicara sus discutidas tesis sobre el barroco, que su camino como hombres de teatro iba a ser una larga e inagotable búsqueda de esos tres elementos (lo andino, lo barroco y lo mestizo) de los cuales no podían y no querían alejarse. Y así, obra tras obra a lo largo de 25 años, emprendieron ese viaje hacia ese sujeto andino ecuatoriano que los determinaba como seres, viviendo procesos conflictivos, cambiantes, itinerantes. Esos procesos han permitido parir obras admirables como El Dictador, Arlequín servidor de dos patrones, El Brujo y el Diablo, Ana la pelota humana, Cristobita el de la Porra, El Quijote, El mundo es un pañuelo o El silbato del ciego; acudir a la literatura (nacional y universal) como fuente de creación; emplear diversas técnicas teatrales (teatro de actores, títeres, teatro de sombras, narración oral); y viajar por Ecuador y el mundo con sus espectáculos.

Siendo tan vasto el trabajo del grupo, decidí centrar mi mirada en cuatro obras, sin que ello significara que fueran las más representativas en su trayectoria: Sólo cenizas hallarás, basada en el premiado cuento del escritor ecuatoriano Raúl Pérez Torres, Al pie de la campana, Los pájaros de la memoria y Los retablos del diablo suelto, estas tres últimas con dramaturgia de Patricio Estrella quien, además, ha dirigido todos los montajes del grupo. Estas obras son cuatro acercamientos a ese mundo andino desde distintos puntos de vista. Pero, como ya lo dije, la presencia del sujeto andino ecuatoriano recorre todas las obras pues hasta en adaptaciones de la literatura universal como El Quijote o El lazarillo de Tormes -que sirvió de base para El silbato del ciego- es perceptible ese espíritu.

Pepe Alvear y Ana Mariza Escobar en Los retablos del diablo suelto
Foto: Ricardo Centeno

Por último, aunque provisionalmente, el trabajo de La Espada de Madera no se puede aislar de una nueva generación teatral ecuatoriana que irrumpe a fines de los ochenta y se consolida en los noventa, siguiendo el camino abierto por el Teatro Malayerba, el más internacional de los grupos escénicos ecuatorianos. La Espada de Madera ha sido, pues, parte activa de ese movimiento que sigue dando sus frutos y atrayendo la atención nacional e internacional sobre la práctica escénica en este país. Por ello, siempre ha estado en diálogo con el trabajo de otras distinguidas agrupaciones como La Rana Sabia, Malayerba, Contraelviento Teatro, Los Perros Callejeros o Teatro del Cronopio, lo que ha marcado un significativo desarrollo de las artes escénicas en el Ecuador.

Gracias al valioso apoyo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión ha sido posible que este libro vea la luz en 2015. El escritor Raúl Pérez Torres, presidente nacional de esta institución, respaldó mi proyecto desde un comienzo. Lo demás fue cuestión de tiempo y paciencia. Fue fundamental la colaboración del propio Patricio Estrella y su equipo: desde que nos conocimos en Quito me abrió las puertas de su grupo y su amistad y me puso en contacto con otras personas que han desempeñado un papel importante en la vida de La Espada de Madera. Eso me permitió, por ejemplo, ser testigo de la construcción en 2012 de la sede propia del grupo en Zámbiza, parroquia (zona rural) perteneciente a la ciudad de Quito. Ese pintoresco recinto fue bautizado por el grupo como El Teatro del Pueblo, nombre que le hace justicia a un lugar que respira calidez humana, artística y natural. 

El Teatro del Pueblo, Zámbiza, Quito
Foto: Jaime Flórez Meza  

sábado, 9 de mayo de 2015

CHET BAKER: “CARA DE ÁNGEL, CORAZÓN DE DEMONIO”

 “En estos 57 años debo haber vivido varias vidas”
Chet Baker, 1987[1]

   
 Fotos: artmodel / LaCarne Magazine             

Probablemente Chet Baker sea para el jazz lo que Elvis Presley es para el rock and roll: un intérprete blanco, bien parecido, surgido en los cincuenta, famoso, que toca la trompeta y canta maravillosamente y estremece la escena musical con su destreza, su fraseo y su envidiable capacidad de pasearse por distintos géneros jazzísticos; y, al igual que Elvis, un adicto a las drogas que lo perderían para siempre. Se ha dicho que una de sus influencias musicales era el también trompetista Miles Davis, uno de los más grandes en la historia del jazz. Y, aunque Miles era su contemporáneo y rival, sí: Chet era el Miles Davis blanco. Y, como tal, la figura más destacada del llamado jazz de la costa oeste (West Coast Jazz) o, simplemente, cool jazz, estilo relajado que había aparecido como una respuesta al desenfrenado y revolucionario bebop. Davis, por cierto, tuvo que ver en ambos, como quiera que tuvo una temprana etapa bop y fue el iniciador del movimiento cool.

Desde luego, Chet no fue el único músico blanco de jazz (o no afro-descendiente, si se quiere, dadas las lejanas raíces africanas de esta música y su inmensa pléyade de músicos de color) cuya vida estuvo signada por las drogas. Otros como el cornetista Bix Beiderbecke y el bajista Jaco Pastorius, de dos épocas diametralmente distintas, también lo estuvieron. Ambos, por cierto, murieron prematuramente: Pastorius, de una manera tan salvaje y absurda como la que Baker tendría ocho meses después, en 1988. O como la que tuviera un famoso contemporáneo suyo: James Dean, el icónico actor estadounidense que murió tras accidentarse en su Porsche Spyder 550, en 1955. La leyenda dice que fue un suicidio planeado.
    
Baker tocó y grabó en distintos formatos de grupo, realizó giras por Estados Unidos, Europa y Japón, actuó en cuatro películas y su vida misma era cinematográfica. Por algo Hollywood quiso hacer de él una estrella, a lo que el propio trompetista se resistió accediendo solamente a hacer una, Hell’s Horizon, en 1955. En Italia, donde se estableció desde 1959, actuó en Urlatori alla sbarra, y en Inglaterra, donde se había mudado en 1962, en The stolen hours (1963), en la que actuaba como él mismo. En 1960 su figura había servido de inspiración a Hollywood para el filme All the fine young cannibals, protagonizado por Robert Wagner bajo el nombre de Chad Bixby, que parece una combinación de Charlie Parker, conocido también como “Bird”, de gran influencia en la generación de Baker, y del suyo propio (Chet Baker). Su nombre de pila era Chesney Henry Baker, Jr.

El magnífico documental Let’s get lost (Bruce Weber, 1988), algo así como “Perdámonos”, muestra a Baker en su ya constante y definitiva decadencia física, aunque todavía capaz de tocar la trompeta y cantar con inaudita sensualidad. La heroína, el alcohol, la cocaína, el tabaco y otras drogas que consumía habían hecho mella, lucía  demacrado y débil, pero resistía y conservaba su apego a la vida y su sentido del humor, oscuro para entonces tras todas las experiencias truculentas en que se había visto envuelto. Sin saberlo vivía sus últimos meses de vida. Los momentos de euforia se alternaban con los de melancolía. Chet había vuelto a California para rodar ese documental, a su hogar, si es que alguna vez de adulto tuvo uno en una carrera tan nómada y disipada. Chet ríe, calla, reflexiona, fuma sin descanso, evoca sus inicios, sus primeras apariciones profesionales al lado de músicos rutilantes como Charlie Parker, Stan Getz y Gerry Mulligan, sus primeras grabaciones, sus amores, sus triunfos, sus derrotas, sus colegas amigos muertos en los últimos años (Bill Evans, Zoot Sims, Art Pepper...). Algunas de sus mujeres -se casó tres veces- recuerdan cómo le conocieron, cómo se enamoraron -¿perdidamente?- de ese trompetista deslumbrante que parecía un dios griego, que tenía una extraña mezcla de ingenuidad, gentileza, sensualidad y brutalidad. “Él era muy gentil, muy dulce, muy agradable. Creo que eso es lo que era, algo místico. Algo como Doctor Jekyll y Mister Hyde”, dice Diane Vavra, una de ellas, en el filme.

Foto: TIUmag

Richard Bock, su primer productor, recuerda el primer encuentro con Chet en un club de jazz de Los Ángeles, donde éste se conoció con Mulligan y formó aquel legendario cuarteto que tuvo tan corta existencia (once meses) tras la propia salida de Chet, según el productor; tras el arresto de Mulligan por drogas, según otros. Era el verano de 1952. “Fue muy duro para Gerry aceptar que Chet no iba a ser más su compañero, lo que terminó con uno de los mejores cuartetos de jazz”, dice Bock en el documental y añade: “En ese momento creo que no había nadie mejor que Chet en lo suyo. Me sonaba como si escuchara la historia del jazz. Estaba Louis Armstrong, estaba Bix Beiderbecke y estaba Bunny Berigan, todos en uno. Tenía la chispa de Bunny, la lírica de Bix Beiderbecke y era nuevo y fresco. Nunca tocaba clichés”. Beiderbecke, a quien mencioné de paso, fue un admirable cornetista, contemporáneo de Armstrong y primer gran artista blanco del jazz, que murió a los 28 como consecuencia de una adicción al alcohol.

Nacido en Yale, Oklahoma, en 1929, Baker recibió sus primeras clases de música mientras cursaba su bachillerato en Glendale, California, donde su familia residía desde 1940. Había abandonado el colegio a los 16, motivo por el cual sus padres lo forzaron a alistarse en el ejército. Ya tocaba la trompeta, instrumento que había adoptado después de que su padre, que había sido músico, le regalara un trombón cuando tenía once años. Sin embargo, el periodista español José Ángel González sostiene que Chet dejó la high school y se enroló en el ejército para huir de un padre alcohólico y violento.[2] En cambio, su propia madre, Vera, cuenta en el documental que tras abandonar la secundaria Chet “sabía que se metería en problemas. Así que lo fichamos en el Ejército”. Al terminar su servicio militar empezó a tomar clases de teoría musical y armonía en una escuela de Los Ángeles (El Camino College), que tenía una banda en la cual terminó tocando; pero, curiosamente, dejó los estudios para volver al ejército. Si bien su paso por la milicia le sirvió para tocar la trompeta en bandas castrenses, no tenía vocación militar y logró obtener la baja para dedicarse profesionalmente al jazz. “Una baja general bajo condiciones honorables”, dice Chet, y menciona sus términos: “Inadaptable a la vida militar”.[3] Él mismo afirma que fingió tener problemas emocionales y de comportamiento para recibir la baja. En cuanto a la trompeta que le obsequiara su padre a cambio del trombón “rústico y grande” que no pudo tocar, dice: “Fue amor a primera vista”.[4]  

Foto:ecx.images-amazon

Luces

Su año consagratorio fue 1952: tocó por un breve período nada menos que con Charlie Parker y Stan Getz, luego en el cuarteto de Gerry Mulligan, como ya lo dije, hasta formar sus propias agrupaciones desde 1953. El año siguiente empezó a cantar y en 1956 se lanzó, al fin, su esperado álbum-debut como vocalista: Chet Baker sings, una selección de conocidas tonadas de jazz como My funny Valentine, But not for me o I get along without you very well; el álbum se había empezado a grabar dos años atrás. Fue impactante en el mundo del jazz como pudo serlo, por ese mismo tiempo, el debut discográfico y escénico de Elvis Presley en el del rock and roll. Pero, a diferencia de éste, Baker era un cantante íntimo dotado de un suave, cadencioso, andrógino y estremecedor registro vocal, de excepción dentro del jazz vocal masculino. “Su estilo era revolucionario”, dice el crítico Stuart Mason, “tan claro y delicado como su trompeta, con un tono de vibrato-libre brillante, no sonaba como ningún otro cantante de jazz anterior”.[5] En las notas de presentación del álbum Gerald Heard había manifestado lo difícil que era “decidir si Baker era un trompetista que cantaba o un cantante que tocaba la trompeta”.[6] Era, siento yo, una simbiosis entre su voz y su trompeta.   
    
Fue ésta su época dorada y nunca volvería a estar en mejores condiciones para grabar álbumes como el anterior o los que le siguieron en los cincuenta, particularmente Chet Baker & Crew (en el que demostró que también podía tocar al estilo bop), It could happen to you (otra joya del jazz vocal), Playboys (con Art Pepper), Grey December, Chet Baker in New York y Chet (en el que fue secundado por distinguidos jazzistas como Bill Evans, Pepper Adams, Paul Chambers y Philly Joe Jones).

Chet en Milán, Italia, en 1960
Foto:Internet Archive

En 1959 Baker, que ya había hecho giras por Europa, fijó su residencia temporal en Italia. Fue allí donde empezó, ¿o continuó?, su infierno personal. “Había una suerte de peligro que él transmitía”, opina el guionista Lawrence Trimble. “Como James Dean pero a un nivel más under. Era una especie de niño malo”.[7]  Y continúa diciendo:

En ese tiempo no existía mucha cultura under, y eso era lo que teníamos. Hollywood se fijó en su imagen y decidieron hacer un film sobre sus años jóvenes y protagonizado por Chet. Pero a Chet lo detuvieron y se fue a Europa,  y cambiaron y pusieron a Robert Wagner y a Natalie Wood, y lo llamaron All the fine Young cannibals. Muchos estaban obsesionados con Chet. [...] La forma en que tocaba, su imagen, su nombre, se daba todo junto. A veces ves los músicos de jazz, que son grandiosos, pero su imagen no tiene mucho que ver con su forma de tocar. Con Chet era de una sola pieza.[8]  

En Italia conoció a la que sería su tercera esposa, Carol, inglesa. Charlaine, la primera, era estadounidense. Halema, la segunda, paquistaní.  

Sombras

                                                        Fotograma de Let's get lost. Fuente: dvdtalk.com
 

Mujer: ¿Encuentras aburrida la vida?
Chet: Bajo ciertas circunstancias puede ser muy aburrida. La mayoría de las veces. Para mucha gente puede ser aburrida. Muy aburrida. Tener hambre, frío…
Mujer: ¿Has sufrido eso?
Chet: Oh, sí… No hace mucho, ¿tú nunca? [9]
 

El productor Richard Bock cuenta en Let’s get lost que Chet no pasaba de fumar marihuana en sus primeros años, al menos durante el período en que trabajaron juntos; digamos, hasta la grabación de Chet Baker sings, que Bock produjo. Según él fueron esos sus mejores años y nunca volvió a estar en mejor forma. Las drogas duras como la heroína y la cocaína vendrían después y Baker no tardó en volverse un adicto. Los problemas con las autoridades nunca pasaron de una serie de breves aunque reiterados arrestos, pero en Europa las cosas fueron distintas. En 1960 cayó en Italia y fue condenado por un juez a quien se atribuye haber pronunciado la frase que encabeza este artículo (“cara de ángel, corazón de demonio”) después de proferir la sentencia.[10] Chet pasó dieciséis meses en prisión. Tras quedar en libertad grabó el álbum Chet is back!, en 1962. No obstante, su adicción a los opiáceos le siguió ocasionando problemas legales durante su deambular por Europa: ese mismo año fue detenido en Alemania Occidental, de donde sería expulsado a Suiza y de ahí a Francia. Acabó viviendo en Inglaterra, donde luego de su experiencia cinematográfica (Stolen hours) fue detenido en marzo de 1963 y deportado a Francia. Vivió un tiempo en París, volvió a tocar en vivo (en Francia y España) y al cabo de un año de su última deportación sufrió la más severa de todas: cayó nuevamente en Alemania Occidental y esta vez las autoridades lo deportaron a Estados Unidos. Pese a su controvertido periplo por Europa Chet volvió a los escenarios hacia 1965, en su propio país, donde permanecería hasta mediados de la década siguiente, antes de regresar al continente donde había sido, de alguna manera, una persona non grata.

Chet en la película Urlatori alla sbarra (Lucio Fulci, 1960)
Foto: effettonotteonline.com
 
Fue por este tiempo que tuvo lugar un oscuro y lamentable episodio que silenció su carrera durante varios años, salvo ocasionales grabaciones y apariciones en escena. En 1966 -según distintas fuentes; 1968, según Chet­­- sufrió una golpiza que dejó en muy mal estado su dentadura, lo que le forzó a usar una prótesis y a cambiar la embocadura de su trompeta para poder tocarla. De acuerdo con el crítico William Ruhlmann, en el verano de 1966 Chet fue atacado violentamente en San Francisco debido a un asunto relacionado con su consumo de estupefacientes.[11] A su turno, José Ángel González asegura que “un traficante al que adeudaba dinero le partió una botella en la cara en 1966. Baker tuvo que aprender a tocar la trompeta de nuevo”.[12] De hecho, le tomó tres años conseguirlo. Ruhlmann desmiente la versión dada por el mismo Baker en el documental por considerarla exagerada en sus circunstancias y equívoca en su fecha.[13] Chet elude hablar de drogas y deudas y dice haber sido atacado al salir de un hotel de San Francisco por un hombre que lo vigilaba desde el día anterior. Al hombre se le unieron cinco más que lo aporrearon y le rompieron la boca.[14] Una de sus amantes, la cantante de jazz Ruth Young, cuenta en el mismo documental que la golpiza fue ordenada por algún personaje, cuya identidad no menciona, como una venganza “por ser un manipulador, sabiendo que la mejor forma de lastimarlo, al tocar la trompeta, era metiéndose con su boca”.[15] ¿Acaso alguna amante? ¿Alguien que detentaba una posición de poder? ¿Una advertencia para él y todos los yonquis en una época en la que las autoridades los tenían en la mira, a ambos lados del Atlántico? ¿O un ajuste de cuentas por una deuda de drogas no saldada por un músico que había despilfarrado tanto en ellas y solía andar corto de dinero? Dice Ruhlmann: “La golpiza no fue la causa del declive en su carrera durante este período, sino el más evidente efecto de ese declive”.[16]

Baker no volvió a tocar y a grabar sino hasta fines de los sesenta, haciéndolo esporádicamente. Pese a su declive, algo de la magia de años anteriores aun quedada. Consciente de esto y de ser un heroinómano decidió parar su carrera durante los primeros años setenta, consumiendo metadona para controlar su adicción. Y cuando decidió volver a tocar tuvo que trabajar muy duro para lograrlo y recuperar una carrera que se creía perdida y olvidada, mientras sus colegas Miles Davis, Bill Evans, Gerry Mulligan o Dizzy Gillespie cosechaban triunfos por doquier. Fue justamente Gillespie quien le consiguió un contrato para tocar en Nueva York en 1973. Ese fue su retorno y, desde entonces, no paró de tocar hasta su muerte. Al siguiente año tocó con Mulligan en un histórico concierto en el Carnegie Hall, después de veinte años de no hacerlo juntos. Baker vivió aquellos años en Nueva York y regresó a Europa a mitad de la década para continuar con su carrera, sus giras, su nomadismo, su vida de yonqui irremediable, lejos de Carol, su tercera esposa, y de sus hijos, viviendo siempre al límite, regresando a su país de tanto en tanto para tocar o grabar y visitar a su familia. 
 
Su viaje de droga favorito era el “speedball”, una mezcla de heroína y cocaína.[17] Nunca superó su adicción. No obstante, y si el propio Chet no miente, parece ser que hasta fines de los setenta la mantuvo bajo control gracias a la metadona.[18] Lo que sí es seguro es que para la década siguiente ya había recaído inexorablemente. Carol, que había conocido a Chet en Italia a fines de los cincuenta, cree que Ruth Young tuvo mucho que ver en ello.[19] 


Gerry Mulligan (izq.) y Chet Baker ensayan para su concierto 
en el Carnegie Hall. Nueva York, noviembre de 1974
Foto: taringa.net/nash

En 1987 el fotógrafo y cineasta Bruce Weber realizó el documental Let’s get lost en el que reunió a Chet y toda su familia -salvo su hijo Chesney Aftab, de su segunda esposa Halema-, a músicos y amigos. Fue sin proponérselo una despedida y el mejor homenaje que pudo hacérsele en vida, aunque el trompetista no alcanzó a ver el filme. Y una poética manera de mostrar la vulnerabilidad, a veces fatal, del músico de jazz del siglo veinte, del artista contemporáneo y del artista en general.

La escena mortal

La madrugada del 13 de mayo de 1988, Chet se encontraba en un hotel de Ámsterdam, solo. Sin que hasta ahora se sepa bien por qué, cayó desde la ventana de su habitación ubicada en la tercera planta del céntrico hotel Prins Hendrik. Su cuerpo sin vida fue encontrado con el cráneo destrozado tras golpearse con un bolardo de la acera.[20] Tenía 58 años. “En el cuarto del yonqui, los policías encontraron el equipaje de los resignados a la soledad: unas monedas, un reloj de pulsera, un collar, un encendedor y, porque cada penumbra contiene su propia luz, una trompeta en su estuche”.[21] Se cuenta que la noche de ese día todos los clubes de jazz de París guardaron silencio por su memoria.[22]

Debido a su adicción crónica Baker se vio a menudo compelido a firmar contratos de grabación perjudiciales con tal de obtener dinero en efectivo. “Tocaba para pagar y no siempre le alcanzaba. Exigía cobrar en efectivo a cambio de renunciar a los futuros derechos de autor”,[23] dice José Ángel González. Ruhlmann manifiesta  que la “vida desorganizada y peripatética” que el trompetista llevaba a causa de su drogomanía le impedía firmar contratos a largo plazo con los sellos de grabación, lo que explica que su vasta discografía sea “extremadamente desigual”.[24]


Epílogo

Let´s get lost se estrenó en septiembre de 1988, por lo que terminó siendo un réquiem por el trompetista blanco más grande del jazz que un año antes había actuado en el documental y muerto cuando éste se terminaba de montar. Elogiado por la crítica, recibió una nominación al premio Óscar como mejor documental de ese año. En 1997 apareció una recopilación de diarios personales del músico titulada As though I had wings: The lost memoir, que su esposa Carol conservó y decidió publicar. La edición en español -Como si tuviera alas. Las memorias perdidas- se publicó en 2000. Los apuntes llegan hasta el año 1963. “No llega a la categoría de diario existencial, pero resulta por momentos conmovedor”,[25] comenta José Ángel González.

Stephen McHattie como Chet Baker en The Deaths of Chet Baker
Foto: yazilisinema - blogger


En 2009 el cineasta canadiense Robert Budreau estrenó el corto de ficción The deaths of Chet Baker, escrito por él, en el que narra cómo pudieron haber sido las últimas horas del músico en la soledad de su habitación antes de caer a la acera. Budreau muestra tres posibles desenlaces: un accidente, un crimen (Baker es empujado por uno de sus proveedores de droga), un suicidio. Se ha dicho, por cierto, que la policía de Ámsterdam no encontró restos de heroína en su sangre. Sea como fuere, interesado de manera especial en la vida y música de Baker, Budreau dirigió recientemente el largometraje Born to be blue, que se estrenará este año. Ethan Hawke personifica al trompetista.

La primera vez que supe de Chet Baker fue en la navidad de 1996. Su nombre estaba en un CD y en una serie de fascículos biográficos de jazz que distribuía Ediciones Folio, de España, dentro de la colección The Jazz Masters – 100 años de swing, acompañada de sus respectivos CD. Recuerdo que la primera foto que acompañaba la nota mostraba a Chet de traje y corbata tocando la trompeta. Era en blanco y negro, de sus primeros años. La segunda era a color y en ella estaba con sombrero de cowboy, tocando la trompeta, y era posterior a la paliza que recibió en San Francisco. Me pregunté cómo es que yo, que me consideraba amante del jazz, no sabía nada de Baker, de quien se decía que no solo era un trompetista de ensueño sino un cantante inigualable. Lo de la pérdida fatal de sus dientes se me quedó grabado. El año siguiente compré mi primer disco de Baker: Nightbird. Eso era Chet: un pájaro nocturno que una fría madrugada de Ámsterdam dejó de cantar para siempre.      
 
Chet Prins Hendrik Hotel
Placa conmemorativa por la muerte de Baker en la entrada del hotel 
Prins Hendrik, en Ámsterdam, donde pasó sus últimas horas
Fotos:jtwinik.files - wordpress
     



[1] En el documental Let’s get lost, de Bruce Weber, estrenado en 1988.
[2] José Ángel González, “Guapo como Barbie, triste como el jazz: La vida desmesurada de Chet Baker”. En http://www.20minutos.es/noticia/509117/0/chet/baker/documental/.
[3] En el citado documental.
[4] En el citado documental.
[5] Stuart Mason, traducción mía, en http://www.allmusic.com/album/chet-baker-sings-mw0000654109.
[6] Gerald Heard, citado por Stuart Mason, traducción mía, en http://www.allmusic.com/album/chet-baker-sings-mw0000654109.
[7] En el citado documental.
[8] En el citado documental.
[9] En el citado documental.
[10] Cfr. José Ángel González, op. cit.
[11] William Ruhlmann, traducción mía, en http://www.allmusic.com/artist/chet-baker-mn0000094210/ biography.
[12] José Ángel González, op. cit.
[13] Cfr. William Ruhlmann, en http://www.allmusic.com/artist/chet-baker-mn0000094210/biography.
[14] En el citado documental.
[15] En el citado documental.
[16] William Ruhlmann, traducción mía, op. cit.
[17] Chet Baker, en el citado documental.
[18] Chet Baker, “Chet Baker interview about drug and jazz 1980”, en https://www.youtube.com/watch?V= NzS-euLdCvc.
[19] En el citado documental.
[20] José Ángel González, op. cit.
[21] Ibíd.
[22] Leyenda al final del citado documental.
[23] José Ángel González, op. cit.
[24] William Ruhlmann, traducción mía, op. cit.
[25] José A. González, op. cit.