domingo, 19 de mayo de 2013

¿GENERACIÓN DERROTADA?

Clavo mi remo en el agua
Llevo tu remo en el mío
Creo que he visto una luz al otro lado del río
El día le irá pudiendo poco a poco al frío
Creo que he visto una luz al otro lado del río
Sobre todo creo que no todo está perdido
Tanta lágrima, tanta lágrima y yo, soy un vaso vacío


(Jorge Drexler - Al otro del río)

Siempre me han atraído las vidas de los antihéroes, de aquellos seres que se apartan de los estereotipos heroicos y exitosos, esos que hacen grandes rupturas en sus vidas y lo arriesgan todo, que viven por otras causas que la sociedad juzga como perdidas; o las de aquellos que incluso experimentando esos espejismos que se llaman éxito, triunfo o gloria son vulnerables ante ese otro espejismo social que es el fracaso y no por ello le temen, que asumen una pedagogía del error que el sistema tanto quiere evitar. Camilo Torres Restrepo era eso y quizá es más ese el motivo que lo hace tan repudiable para muchos como fascinante para otros: sociólogo, capellán de la Universidad Nacional de Bogotá, catedrático, líder social y político frustrado, guerrillero efímero y prematuramente dado de baja. En efecto, había dejado los hábitos sacerdotales y formado un precario movimiento político popular para luego abandonarlo y unirse a la recién conformada guerrilla del ELN (Ejército de Liberación Nacional), en la que pasó sus últimos meses antes de morir en su primer combate, pasando a ser, con sus 37 años vividos, un personaje de talla mundial, pese a los pormenores de su azarosa vida. No siguió los derroteros que la sociedad o la cultura le prescriben a todos los sujetos y, sin proponérselo, logró concitar una atención mundial que ningún otro colombiano había obtenido a esa escala, en una década caracterizada por el recrudecimiento de la Guerra Fría y las revueltas por doquier. Fiel a sí mismo hasta la muerte. Como los versos del poeta colombiano León de Greiff, Torres no vaciló en jugar su vida, cambiar su vida, que al fin y al cabo la llevaba perdida.




Fue el 21 de abril de 2013, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Reunidos estaban el escritor Walter Joe Broderick, el sociólogo y periodista Alfredo Molano Bravo, el analista político y ex guerrillero León Valencia, la activista de género Florence Thomas, la actriz Vicky Hernández, entre otros, para celebrar el relanzamiento de Camilo, el cura guerrillero, del propio Broderick, publicada en 1975. Individuos estos que hicieron parte de una generación colombiana y latinoamericana que soñó con un cambio social alentada por la revolución cubana, principalmente. En Colombia, tras un período de pacificación que el gobierno del general Rojas Pinilla inició y el Frente Nacional pretendió continuar infructuosamente, la violencia política se reactiva con el surgimiento en los sesenta de las Farc y el ELN. Por aquel tiempo América Latina vivía un período de agitación social y política y de efervescencia ideológica, intelectual, académica y cultural: eran los años de la Teoría de la Dependencia, de la pedagogía liberadora que teorizaba y llevaba a la praxis con grupos sociales excluidos un exiliado brasileño, Paulo Freire, en Chile, de la Teología de la Liberación que surgía como una opción de un sector de la Iglesia católica por los pobres y desposeídos, del boom literario latinoamericano, del cinema novo de Glauber Rocha; en fin.

Walter Joe Broderick, sacerdote en aquellos años, había venido por vez primera a Latinoamérica a comienzos de los sesenta y luego se había unido al grupo de sacerdotes católicos izquierdistas conocido como Golconda, afín a las ideas de la teología liberadora de Gutiérrez, Alves, Cámara, Boff y otros. No alcanzó a conocer a Torres Restrepo, de hecho llegó a Colombia tiempo después de su muerte; pero, interesado hondamente por su vida y pensamiento, recogió información, entrevistó a muchas personas ligadas de alguna u otra manera al polémico cura -por cierto, la gente del ELN no quiso hablar con él- y escribió una obra esencial de las ciencias sociales y de la literatura no ficcional (esto es sólo una etiqueta) de los años setenta: Camilo, el cura guerrillero. Las ocho ediciones de esta obra a lo largo de 38 años, su estructura de novela biográfica-histórica-sociológica, su protagonista que, pese a quien le pese, fue el primer colombiano internacional del siglo veinte -y aun así, un líder social malogrado, frustrado o una “ejemplar vida fracasada”, como lo describiera Antonio Caballero- y su relanzamiento en 2013, bastarían para mostrar su pleno vigor -iba a escribir vigencia-.

Sin embargo, estando presente en aquel auditorio que no tardó en abarrotarse, contemplando a los asistentes, a Broderick y sus contertulios, pensé si no era toda esta gente arte y parte de una generación nacional, continental, y acaso mundial, que además de soñar con un mundo más igualitario luchó de distintas maneras, y cuando digo luchar no me refiero a empuñar las armas, por transformar las estructuras sociales y políticas desde distintos frentes -cuando digo frentes no me refiero necesariamente a la lucha armada-: la sociología, la religión, la política, la educación, el arte, el periodismo, la literatura; y, si en esa lucha desigual no terminó siendo derrotada. Fue también una sensación. Era como estar escuchando “perdimos pero aquí estamos y, pese a ello, seguimos luchando por nuestros ideales; ya no vamos a cambiar nada, nos cambiamos a nosotros mismos y no permitimos que otros, sobre todo aquellos contra quienes luchábamos, nos cambiaran; ya no creemos en la revolución social y política, mas sí en la de los individuos, en el cambio individual, no individualista. Aprendimos esta lección histórica y vital”.

Claro. Sabemos que muchos contracorrientes de esta generación, como Steve Jobs, se convirtieron en grandes empresarios y realizaron otro tipo de transformaciones importantes. Otros, incluso, llegaron a ser presidentes de sus naciones, como Václav Havel en Checoeslovaquia y la República Checa, o, más recientemente, José Mujica en Uruguay. No todo está perdido. Y habrá muchos también que renunciaron definitivamente a los ideales de cambio de aquellos años. Y otros que de la manera más extrema se radicalizaron por la vía del belicismo que ya conocemos.


Walter Joe Broderick


Broderick es, como el personaje de su obra más leída, un individuo singular: nacido en Australia, de ancestros irlandeses, se hizo sacerdote, vino a República Dominicana y Perú, inicialmente, luego a Colombia y aquí plantó raíces. Se vinculó a Golconda, que era un grupo de sacerdotes radicales surgido tras la renovación eclesial, espiritual y social que impulsaba el Concilio Vaticano II. Como Torres Restrepo, Broderick llevó muy lejos su libertad de conciencia, incluso hasta el abandono mismo de la vida sacerdotal. Habría que tener en cuenta, además, que la Iglesia católica colombiana ya era por entonces, probablemente, la más reaccionaria de América Latina, lo que explica que aquí la Teología de la Liberación, por ejemplo, fuera tan estigmatizada y perseguida. Es cierto que muchos sacerdotes terminaron empuñando las armas, pero de ahí a considerar que aquélla fue un sustento ideológico para las guerrillas colombianas y, por tanto, a sus militantes unos ideólogos y miembros directos o indirectos de éstas, es un desconocimiento de la propuesta social integral, progresista y visionaria -términos estos tan manoseados por otros- que han teorizado y puesto en práctica, a través de múltiples iniciativas, los teólogos de la liberación en el subcontinente. Es como asegurar que Nietzsche fue uno de los inspiradores y pioneros del nazismo debido a la manipulación y tergiversación de sus ideas por parte de los nazis, o, para hablar de un dirigente católico, que Monseñor Óscar Arnulfo Romero en El Salvador, asesinado por ultraderechistas, era un subversivo. El mismo Vaticano parece querer hacerle justicia ahora a la imagen de Romero: el Papa Francisco ha reabierto el proceso que busca su canonización. En cuanto a los sacerdotes sediciosos, Broderick se ocupó de otro de ellos en El guerrillero invisible, biografía novelada de Manuel Pérez, que fuera jefe máximo del ELN, publicada en 2001.

Y por último, Broderick, que además es traductor, dibujante, docente y dramaturgo, tras 44 años viviendo en Colombia, casado con una colombiana y con hijos nacidos en este país, obtuvo recién este año la ciudadanía colombiana, que, como es obvio, llevaba años solicitando y esperando. Al parecer ya dejó de ser el sospechoso de siempre que investigaba las vidas de curas subversivos.

Hemingway decía que un individuo puede ser derrotado, pero jamás destruido. Esta generación -idealista, romántica, anarquista, soñadora, perdedora o como se le quiera llamar- no está, ciertamente, destruida. Y sus pasos, y su impronta, y su memoria, con todos los errores que se pudieron cometer en el camino hacia la individuación, nos dicen, nos recuerdan que si no sabemos de dónde venimos, quiénes nos antecedieron y lo que hemos vivido en la tierra y la sociedad que habitamos -esto es: lo social y lo histórico reciente y lejano- no podremos saber quiénes somos, de qué estamos hechos, ni en qué estamos y, menos quizá, hacia dónde vamos: esto es, lo colectivo que nos determina como sujetos sociales y lo individual que construye nuestro ser y estar en el mundo.

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