jueves, 21 de febrero de 2013

LA IRRESISTIBLE CRISIS DE UN REINO DE ESTE MUNDO

La renuncia de Benedicto XVI a su cargo como jefe máximo de la Iglesia Católica el pasado 11 de febrero fue sin duda sorprendente, más no inesperada. Me explico: sorprendente porque Joseph Ratzinger había sido definido inicialmente como un papa de transición y, en cambio, durante su gobierno tomó ciertas decisiones importantes que su antecesor evitó, entre ellas la de renunciar. Pese a su evidente mal estado de salud y carencia de fuerzas para continuar, Karol Wojtyla se mantuvo en el cargo hasta el final de su vida. Paradójicamente fue él quien aprobó y firmó, hace treinta años, el decreto que permite la abdicación al trono de san Pedro. El lenguaje aquí no engaña: se habla de abdicación y trono; el Vaticano sería la última monarquía absoluta sobre la tierra. Ninguna de las decisiones de Ratzinger a las que me refiero -como las relacionadas con los abundantes casos de abuso sexual de cientos de sus súbditos o sus tentativas de saneamiento del Banco Vaticano- y que buscaban cierto grado de transparencia de la institución por él dirigida, ha podido sacarla de su aletargamiento. Precisamente, decía que no es inesperada esta abdicación porque ya no debería ser un secreto para nadie la patética crisis que sacude a la Iglesia Católica en todos los órdenes: el ético, el doctrinario, el político, el económico…
 
Muchas comunidades cristianas, como la de los cátaros de la Edad Media, distaban inmensamente de lo que es la Iglesia Católica tal y como la conocemos, con toda su compleja parafernalia moral, política, jurídica, jerárquica, doctrinaria y financiera, esto es, estatal. A partir del emperador Constantino, en el siglo IV, el catolicismo se convierte en una auténtica fuerza monárquica e imperial, esto es, eminente y avasalladoramente terrenal, sin desligarse, claro está, de lo místico, del misterio. La Iglesia es, entonces, católica -es decir, universal-, apostólica y romana: se asienta en aquella porción de territorio que oficialmente le quedó después de haber anexionado, regentado y perdido los llamados Estados Pontificios, y que hoy es el pequeño pero poderoso Estado Vaticano, su centro administrativo y espiritual. Volvamos al misterio: “El catolicismo se asienta en el misterio, porque lo misterioso atraviesa los fundamentos de cualquier religión”,[1] dice el experto vaticanista Eric Frattini. “Durante siglos, la Iglesia cultivó con profusión el misterio a todos los niveles, porque el misterio y el secreto protegen, mantienen en otra órbita”.[2] Hoy ya no resulta posible mantener ese misterio a todos los niveles. El escándalo mediático de los vatileaks, por mencionar sólo un episodio, mostró hace un año que ni el Vaticano está exento del escrutinio público, por un lado, ni que las divisiones internas y la pugna de poderes, por otro, expongan sus intrincados mecanismos gubernamentales: más allá del actual enfrentamiento entre los dos bandos más visibles y poderosos -el del reducido pero no vencido cardenal Angelo Sodano y el del fortalecido cardenal y Secretario de Estado Tarcisio Bertone-, no se puede hablar de consenso entre sus guías espirituales -cardenales, obispos, curas, monjas- y mucho menos entre sus millones de feligreses en temas como el celibato, las rígidas jerarquías, el adoctrinamiento, la planificación familiar, el aborto, la eutanasia, la tolerancia frente a la diversidad sexual, el rol de las mujeres en la Iglesia o la opción por los pobres.
La teología de la liberación, aquel movimiento visionario y progresista surgido en América Latina en los sesenta, reivindicó y definió claramente el deber ser de la Iglesia: estar de un modo integral, y no solo espiritual, del lado de los que tienen menos o no tienen nada, actuar con ellos y ayudarles a ser no solamente personas sino individuos. Intentaba poner a tono la Iglesia con el siglo veinte y ayudar a superar los niveles extremos de injusticia social. Ya en el siglo veintiuno la Iglesia Católica sigue en mora de hacer los cambios que sin titubeos ha debido realizar a casi cincuenta años del Concilio Vaticano II, que en cierta manera era eso lo que buscaba, un catolicismo moderno y acorde con los nuevos tiempos. Pero tres papas han dejado pasar la oportunidad de una auténtica y profunda renovación que necesita su institución. La expansión a todo nivel -propia de los estados imperiales, así ya no sea territorial en su caso-, la evangelización planetaria y con ella el crecimiento numérico de los fieles, su inmersión en la banca, los negocios internacionales y las finanzas, parecen pesar mucho más que una iglesia comprometida con la humanidad, especialmente con los desposeídos, como tanto suele predicar. América Latina pasó a ser el principal bastión del catolicismo en el mundo; sin embargo, es una de las regiones más pobres de la tierra. La Iglesia ha podido hacer no poco para disminuir la pobreza, eso quería y quiere la teología de la liberación, perseguida, denigrada, estigmatizada y reducida desde el propio Vaticano.

Soy partidario de una liberalización y flexibilización de los temas que tanto atormentan, y dividen, a la iglesia paulista, católica, apostólica y romana, algunos de los cuales ya me he permitido anotar. Sería significativo que al menos la Iglesia diera un debate franco y abierto sobre el celibato opcional, el acceso de la mujer al sacerdocio y al obispado, la resignificación de la defensa de la vida -concepto tan amplio pero empequeñecido por esa alianza perversa entre liberalismo y cristianismo-, la vida sexual, la tolerancia a lo diferente -concepto igualmente amplio-, la opción por los desposeídos que, como he señalado, debería estar en el centro de su accionar. Reconozco desde luego el coraje, la valentía y el espíritu libertario de muchos curas y monjas, que trabajan en silencio al margen del autoritarismo vaticano. Pero no soy optimista frente al resultado del cónclave de marzo que designará al sucesor de Ratzinger. En primer lugar porque la forma de elección misma me resulta anacrónica y, repito, propia de un estado imperial y no de una organización planetaria que se supone está al servicio de la humanidad. Si el catolicismo es una institución que reúne a más de mil millones de fieles -Frattino habla de cerca de 1800, otros de casi 1200 o 1100, aquí tampoco hay consenso-, me parecería justo y hasta posible que se cambiara el sistema de elección para que, de alguna manera, resultara democrático y representativo y no restringido a los 117 cardenales electores. ¿Por qué no votan los 5.014 obispos, los 412.000 sacerdotes y los 221.298 seminaristas y no sé cuántas monjas que, según el diario El Tiempo, existen en el mundo?[3] Ni hablar de la posibilidad de que cualquier feligrés que quisiera hacerlo pudiera depositar su voto en su parroquia o templo, con todo el derecho que le asiste de conocer los méritos de los distintos candidatos aprovechando las facilidades no sólo eclesiásticas sino mediáticas y comunicacionales hoy en día disponibles. Lo real es que el Vaticano sigue siendo “una estructura de poder tan anticuada, tan protegida de los cientos de millones de verdaderos católicos por altísimos muros de soberbia”.[4]  
Sorprendente e inesperado sería, pues, que la mayoría de los cardenales electores votaran, por ejemplo, por el cardenal de Honduras, Óscar Andrés Rodríguez Madariaga, que además de su reputación de progresista no es europeo; como bien se sabe, el trono de Pedro siempre ha sido privilegio de europeos y entre estos, de italianos. Por último, se habrá de buscar que el nuevo pontífice sea un hábil político, como lo fue Juan Pablo II y no lo pudo ser Benedicto XVI en sus casi ocho años de gobierno. Hábil político significa aquí la opción por el poder y los poderosos, acompañada de las consabidas condenas que desde la Santa Sede se hacen para condenar todo lo que a sus ojos sea condenable, de las encíclicas que el sumo pontífice debe elaborar y de los llamamientos a la concordia. Otra cosa sería que, además de esto último, se pasara a una práctica política de la justicia social e individual. Algo utópico por el momento.



[1] Eric Frattini, “La guerra detrás de la renuncia”, en El Tiempo, 17 de febrero, 2013, p. 2.
[2] Ibíd., p.2.
[3] “La Iglesia Católica en el mundo”, en El Tiempo, 17 de febrero, 2013, p. 3.
[4] Pablo Ordaz, citado en “Infierno vaticano”, El Espectador, 17 de febrero, 2013, p. 12.

martes, 5 de febrero de 2013

SOBRE LA HOMOFOBIA EN IMÁGENES

En un bar un hombre joven le cuenta a un amigo suyo que se ha hecho los exámenes del sida y empieza a comentar el resultado; a partir de ahí la reacción de todos los que lo conocen es definirlo o redefinirlo como un individuo homosexual que además contrajo la enfermedad al prostituirse. El mensaje finaliza diciendo “Las estupideces que acabas de ver son producto de la ignorancia. Ojalá la verdad del sida se transmitiera así de rápido. La cura del sida es saber del sida". Ver: http://www.youtube.com/watch?v=4J0IdIjUJbA

Dos hombres jóvenes visten camisetas y caminan por un parque tomados de la mano. Dos señoras que están sentadas en un banco los ven pasar estupefactas y una le pregunta a la otra si vio aquello. Ésta le dice “¡Parece imposible!”. Finalmente su amiga exclama: “¡En manga corta con este frío!”. Y se lee la frase “Por el derecho a la indiferencia”, que puesto en contexto se entiende como el respeto a la diferencia, en este caso por la condición sexual de los demás. Ver:  http://www.youtube.com/watch?v=iXw87rsI4Tg

Una mujer sentada ante la cámara habla de los homofóbicos como personas que necesitan ayuda: “Cuando te encuentres con uno, no lo rechaces”, dice. “Ayúdale. Ayudémosle a entender”. Ver: http://www.youtube.com/watch?v=Zim_n9JELnU

La propaganda audiovisual relacionada con el sida, por un lado, y la homofobia, por otro, es abundante y abarca un amplio espectro de ideas visuales que emplean la puesta en escena con actores y modelos, la animación y el testimonio, entre otros. En el caso del sida el objetivo fundamental es la prevención de la enfermedad. Los mensajes que abordan el tema de la homofobia, por su parte, tienen en común el rechazo a la discriminación social del homosexualismo. Desde que se inició la epidemia del VIH sida ésta fue asociada con la población homosexual debido a los numerosos casos que se presentaron dentro de este grupo social, entre ellos los de celebridades como el filósofo Michel Foucault, el actor Rock Hudson, el músico de rock Freddie Mercury, el bailarín Rudolf Nureyev o el fotógrafo Robert Mapplethorpe. Pronto la enfermedad se diseminó en otros grupos y se estima que ha cobrado más de 20 millones de víctimas en todo el mundo mientras que los casos de contagio siguen en aumento. Aunque claramente es un asunto de salud pública que involucra a toda la sociedad y pese a las campañas preventivas y divulgativas que buscan tratarlo como tal, aún subsisten los prejuicios que lo muestran peyorativamente en tono homofóbico, que estigmatizan a quien lo padece o porta y que responden al estereotipo del enfermo de sida como homosexual. Es esto lo que se muestra en la primera propaganda, realizada por el famoso canal internacional de música pop MTV en México.

De acuerdo con David Halperin el discurso de la homofobia, inmerso en una relación de poder/saber, ha encontrado su contraparte, su deconstrucción en una resistencia creativa que tal y como lo manifestaba Michel Foucault “no es únicamente una negación: es un proceso de creación”.[1] Ese proceso ha dado lugar primordialmente a tres estrategias o contra-estrategias anti-homofóbicas que es importante considerar para una mayor comprensión de los mensajes descritos y de muchos más: apropiación y resignificación; apropiación y teatralización; exposición y desmitificación. La primera consiste en apropiarse de un preconcepto, un prejuicio o una afirmación universalista y rígida sobre la homosexualidad para hacer de ella un aliado y no lo que busca la información y la propaganda homofóbica que puede estar disfrazada, por ejemplo, de hallazgo científico. La estrategia funcionaría como una ironía e incluso como un desafío ante lo que se pretende hacer pasar como explicación científica en uno de los casos que cita Halperin “cuyo propósito era descubrir las causas anatómicas y neurológicas de la orientación sexual” [2] que residirían presuntamente en el hipotálamo. Como reacción ante la publicación del susodicho estudio en diarios estadounidenses, en San Francisco se abre un bar gay cuya razón social es Hypothalamus: una práctica de simbolización que no sólo pone en duda un informe sino que se lo refriega en la cara a un sector de la comunidad científica.

El filósofo Michel Foucault. Fuente: Estafeta

La apropiación y teatralización es una estrategia que se apropia de discursos sobre la sexualidad para invertirlos (la expresión no es fortuita pues el término “invertido” también se ha usado para designar al homosexual): se teatraliza el binarismo heterosexual/homosexual que histórica, social y políticamente ha servido para decidir y nombrar lo normal, lo política y socialmente correcto en la sexualidad y condenar así otras formas de vivirla. El sexo -como la raza, el género y la clase- es en el sistema-mundo un objeto de estudio y disciplinamiento cuya norma es la heterosexualidad y su desviación o inversión la homosexualidad. Como identidad sexual, ésta es la que se problematiza. ¿Pero qué pasaría si lo que se problematizara fuera la heterosexualidad? La teatralidad que se despliega a partir de esta pregunta no sólo aspira a un equilibrio en el tratamiento de la sexualidad sino que plantea dudas acerca de  las conductas heterosexuales como modelos de vida, entendiendo que son conductas que han sido construidas, moldeadas y legitimadas. ¿Cuál es el peligro de un discurso unanimista, absoluto y universalizante que pone la heterosexualidad como la norma, el modelo a seguir? ¿Son los valores de una sexualidad hétero los únicos que se tienen que promover? ¿Y cuáles son esos valores? O mejor: ¿en qué está basado ese modelo? ¿En la pirámide Matrimonio-Familia-Reproducción-Roles intocables-Pérdida de la Individualidad-Sumisión de uno (generalmente la mujer) frente a otro? ¿A qué se reduce? ¿A la reproducción del sistema Escuela-Religión-Trabajo-Patria? Entonces, como vengo pensando desde hace tiempo, y actuando en consecuencia, necesitamos construir una nueva ética heterosexual del mismo modo que otra ética masculina pues el discurso heterosexual siempre ha privilegiado, valga la redundancia, las prerrogativas del hombre, nunca las de la mujer. Aun más, es un discurso que tiene un modelo de hombre: blanco, occidental, preferentemente “de elevada posición social”, ideológicamente liberal –o conservador, en la práctica vienen a ser lo mismo, la diferencia es solo de nombre, persiguen los mismos fines; otra cosa es ser libertario.

La tercera estrategia, la de exposición y desmitificación, tal vez sea la más compleja en la medida en que trata de desarticular los mecanismos que emplea la homofobia. Es una ardua labor intelectual que tiene en el trabajo de Foucault una valiosa impronta y en los estudios queer una permanente indagación del régimen colonial de sexualidad. Ahora bien, las propagandas descritas ¿se ajustan a alguna de estas estrategias? ¿O corresponden más bien a un discurso multiculturalista o incluso a una homofobia mimetizada?

El spot de MTV que he traído a colación trabaja sobre la relación sida/homosexual que muestra a la gente gay como la principal víctima de esta enfermedad, por un lado, y como una población peligrosa por su forma de vida -supuestamente promiscua y perversa- que la hace también la principal propagadora de la epidemia. En principio el mensaje busca contribuir a desmitificar ese estereotipo. Lo dice con letreros: “Las estupideces que acabas de ver son producto de la ignorancia. Ojalá la verdad del sida se transmitiera así de rápido. La cura del sida es saber del sida”. ¿Lo logra? ¿Por qué lo dice con letreros y no lo muestra con imágenes o con palabras habladas tratándose de algo tan importante? ¿No se quiere involucrar completamente en la problemática? ¿Y cuál es la verdad del sida que no se transmite tan rápido como los rumores y la información televisiva sobre el temible virus que el protagonista supuestamente ha contraído? Es cierto que en 30 segundos es muy difícil decir toda la verdad sobre el sida y ello disculparía al canal de no intentar hacerlo. Se podría pensar que el propósito del mensaje ha sido que los espectadores busquen información (“la verdad del sida”) por su cuenta. Me parece una posición cómoda que no se arriesga a decir algo más. La propuesta propagandística de presentar el asunto como si fuera un extracto de alguna telenovela es buena; seduce con sus imágenes y agilidad. Pero, cabría preguntarse si realmente desmitifica la ecuación homosexual + perversión = sida; o si la mantiene o refuerza. Aunque la intención sea anti-homofóbica, el planteamiento del guión y la puesta en escena pueden lograr justamente el efecto contrario. Además, ¿basta con decir que todo lo que se ha visto es una estupidez que resulta de la ignorancia de mucha gente? ¿Por qué se insiste en el estereotipo del portador de sida surgido en los años 80 así sea para decir eso, que es una estupidez?

La respuesta obvia a todos estos interrogantes sería decir que difícilmente un medio televisivo de masas diría otra cosa así se trate de un canal como MTV que ha difundido, por ejemplo, videoclips polémicos. A pesar de que sí se pueda encontrar aquí algún indicio de apropiación y resignificación del discurso homofóbico en cuanto a que se recurre intencionalmente a lugares comunes (el gay expuesto como pervertido y promiscuo) que finalmente son juzgados como producto de la ignorancia, lo que no se produce es, precisamente, un ejercicio de resignificación. En este caso MTV pretende zanjar un asunto tan complejo, que ha sido importante para el sostenimiento de un régimen de representación sexual en la crisis del sida, reduciéndolo a ignorancia de la gente, optando por la solución más fácil o menos comprometedora. Al respecto David Halperin señala: “No quiero decir, por cierto, que las cuestiones de género, raza y clase no determinen en gran medida la crisis del sida. Pero, por compleja que sea la política del sida, no deberíamos ignorar o minimizar los rasgos de homofobia que impregnan y forman virtualmente cada una de sus dimensiones”.[3] 
           
En cuanto al segundo spot, patrocinado por una ONG portuguesa que defiende el derecho a la indiferencia, aparentemente está mostrando las relaciones homosexuales como algo natural, tan natural que nos deberían resultar indiferentes. Puede que este sea un intento de teatralizar la sexualidad. Lo que causa estupor en las dos señoras del mensaje es cómo la pareja gay puede soportar el frío reinante vistiendo ropa de verano. Se asume la orientación homosexual como un hecho natural o como un tema socialmente aceptado; en otras palabras, se teatraliza lo que debería ser nuestra actitud frente al homosexualismo, suponiendo que para ello tiene que haber previamente reconocimiento, respeto y tolerancia. La pregunta es si el mensaje, tal y como está planteado, no es acaso una representación multiculturalista, propia de la globalización liberal que reconoce todas las identidades, las normaliza y en cierto modo las homogeniza, negando sus tensiones y conflictos. ¿Hasta qué punto se incluye la diferencia (en este caso el homosexualismo) en la teoría y se niega en la práctica? ¿No es ésta una forma encubierta de negación? La imagen, como el papel, también aguanta todo. ¿Qué esconde el derecho a la indiferencia? ¿La indiferencia ante los derechos de las minorías, de los grupos marginales?

En mi opinión el tercer spot es el más honesto en el tratamiento de la homofobia. Financiado por una organización española de lucha contra la homofobia, es un ejercicio interesante de apropiación y teatralización del discurso homofóbico que también intenta exponerlo y desmitificarlo (la segunda y tercera estrategias que comenta Halperin). Su propuesta es la menos ambiciosa a nivel audiovisual (un solo plano con un lento acercamiento a la mujer que habla a la cámara), pero la más efectiva como mensaje anti-homofóbico. El único personaje que vemos, la mujer que habla de la homofobia, empieza mencionando una serie de sentimientos (miedo, angustia, confusión, rechazo) que experimentan ciertas personas. En un primer momento el espectador puede pensar que se refiere a muchos homosexuales que sienten así su condición, pero luego ella dice “las cosas que sienten los homofóbicos son terribles…”, y a partir de ese giro se entiende que lo que se está problematizando es el heterosexualismo en su versión homofóbica. Es decir, el mensaje contra la homofobia se hace asumiendo la postura homofóbica como si fuese un mal psicosocial (que puede serlo) y, en todo caso, como un problema de intolerancia que requiere de solidaridad y colaboración. El homofóbico es, entonces, alguien que sufre mucho con su condición y por ello tampoco se le pueda dar la espalda. Contribuir a un cambio en su actitud frente al homosexualismo ayudaría mucho. Abiertamente se nos está diciendo que la homofobia es una enfermedad social, o en todo caso un grave prejuicio, que el problema es la actitud generalizada -al ser propagada por un régimen de sexualidad- de rechazo e incomprensión ante la homosexualidad. Y que la condición de homofóbico requiere también la comprensión y el apoyo de todas las personas sensibles al tema para ayudar a superarla (“ayudémosle a entender”) porque, entre otras cosas, causa mucho sufrimiento. Podría decirse que el homofóbico es presentado aquí como otra víctima de la dominación sexista. Es más: es el individuo cuyos cuerpo y mente están más disciplinados, controlados y normalizados por el poder para responder (y obedecer) al esquema sexista, racista, clasista y adulto-centrista.

Más allá de que el mensaje en cuestión haya sido promovido por una organización de diversidad sexual -lo cual no me consta- esta inversión de la problemática tiene que ver con la puesta en discurso de la homosexualidad a partir del siglo xix, discurso que ha sido claramente manipulado y denigrado, hasta llegar a lo que Foucault llama “la constitución de un discurso ‘de oposición’: la homosexualidad se puso a hablar de sí misma, a reivindicar su legitimidad o su ‘naturalidad’ incorporando frecuentemente al vocabulario las categorías con que era médicamente descalificada”.[4] Ése es el valor simbólico, social y político de este tipo de mensajes que son los que más se necesitan para contrarrestar los efectos de un régimen colonial de representación social-visual que continuamente se readapta y contraataca ante los desafíos de la resistencia.









[1] Michel Foucault, “Michel Foucault, una entrevista: sexo, poder y política de la identidad”, citado por David Halperin en San Foucault. Para una hagiografía gay, Buenos Aires, Ediciones Literales, 2007, p. 81 
[2] Ibíd., p. 70.
[3] Ibíd., p. 46.
[4] Michel Foucault, citado por David Halperin, ibíd., p. 78.