sábado, 26 de enero de 2013

EL RELATO QUE PERSEGUÍA A CORTÁZAR

Por JAIME FLÓREZ MEZA

Cuando el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti terminó de leer una secuencia de El perseguidor, dice la leyenda, fue al baño de su casa y de un puñetazo rompió el espejo: significaba que le había fascinado y así se lo hizo saber a su autor, Julio Cortázar, en una carta. En 2013 se cumplirán 54 años de la publicación de este largo relato que apareció en Las armas secretas, tercer libro de cuentos del escritor argentino que nació en Bruselas en 1914 y murió en París en 1984. El perseguidor es un referente en la literatura cortazariana, una de las obras que probablemente más ha perdurado en el imaginario de sus lectores. 
Johnny Carter es un músico de jazz estadounidense, negro y drogadicto que vive temporalmente en París -que era algo así como la meca del jazz en Europa durante la primera mitad del siglo XX- por motivos profesionales. Toca el saxo como ningún otro músico de su generación puede hacerlo y tal vez como nadie lo ha hecho hasta entonces. Es uno de los creadores del estilo bebop, que marcó el nacimiento del jazz moderno y fue una reacción contra el jazz clásico pero también contra el establecimiento (por algo tuvo cierta conexión con los escritores rebeldes de la Generación Beat, artífice del movimiento contracultural estadounidense). No obstante, Johnny vive en una miserable habitación de un hotel de mala muerte con su compañera de turno, Dedée. El consumo de drogas lo tiene en crisis. Ha perdido su saxo, cosa no rara en él pues cuando no lo pierde lo destruye pisoteándolo. Tiene un amigo y confidente, Bruno, quizás su único amigo en París, que es un crítico de jazz que escribe para la revista especializada Jazz Hot y a la vez prepara una biografía del saxofonista. Johnny también ha hecho una fuerte amistad con La Marquesa, una aristócrata francesa y drogadicta que funge como mecenas de músicos de jazz. La Marquesa no sólo le procura droga a Johnny, también es su amante. Johnny tiene mujer y una hija en Estados Unidos. Bruno termina de escribir la biografía, que se publica y se vende tan bien que pronto se traduce a otros idiomas. Estando aún en París Johnny recibe la devastadora noticia de la muerte de su hija Bee. Luego regresa a Estados Unidos junto con Baby Lennox, una intrascendente cantante de jazz que había conocido en París. No vuelve con Lan, su mujer, no para de drogarse, intenta envenenarse, le salvan la vida; hasta que un día, mientras ve divertido un programa de televisión, se desploma y muere. 
Cortázar era un amante y erudito del jazz que encontró en la vida y música del saxofonista estadounidense Charlie Parker el material que necesitaba para escribir un cuento que, como él mismo recordaba, lo perseguía desde tiempo atrás sin poder iniciar su escritura. En un comienzo su personaje  iba a ser un escritor, luego un pintor, pero cuando leyó la noticia de la muerte de Parker supo que tenía que ser éste: un músico genial, díscolo, desequilibrado, uno de los mayores exponentes del bebop, movimiento que contribuyó a forjar al lado de otros jazzistas fundamentales como Dizzy Gillespie, Thelonious Monk  y Bud Powell, y que revolucionó el jazz en el período de la postguerra. El consumo desmedido de drogas y alcohol minó su salud física y mental, estuvo internado en una clínica de rehabilitación, perdió a su hija, intentó suicidarse dos veces y a los 34 años murió de un ataque cardiovascular provocado por un ataque de risa que le dio mientras veía televisión.

Parker era como un escritor Beat haciendo jazz. Fascinaba a los jóvenes como lo harían los grandes músicos de rock a partir de los sesenta. Fuente: revistakuadro.com


La creación literaria que construyó Cortázar en torno a la figura de Charlie Parker tiene un ritmo frenético y delirante como el del bebop. La historia se cuenta en primera persona a través de Bruno, generando imágenes acústicas como si fuera una larga y arrobadora pieza de jazz moderno, y de una manera traducible en imágenes audiovisuales. Ello explica que algunos relatos de Cortázar hayan sido adaptados al cine, como ocurriera precisamente con El perseguidor, dirigido por el realizador argentino Osías Wilenski en 1965, o con Las babas del diablo, que el aclamado director Michelangelo Antonioni adaptó y dirigió con el título de Blow-up en 1966. Qué lejos está, por cierto, la versión de Wisenski del ímpetu, visceralidad, sordidez y pasión del personaje y el relato. 

Johnny Carter es como un Ulises cosmopolita que lucha permanentemente con sus demonios y monstruos internos y externos: el tiempo, la droga, la ausencia, la soledad, la locura… A Johnny le inquieta profundamente el tiempo, no que el tiempo pase (como a la mayoría de los mortales) sino que no pase: “Esto lo estoy tocando mañana”,[1] repite obsesivamente. Y alucina con cientos de urnas funerarias regadas en un campo, buscando en ellas la suya propia. Ya no parece creer en nada ni en nadie, ni en él mismo. En plena sesión de grabación, tras un solo memorable en la pieza Amorous, inesperadamente deja de tocar y abandona el estudio. Sus pensamientos malditos lo persiguen. En el estudio creen haber escuchado el más grande solo de saxo alto en la historia del jazz. 

En la biografía de su malogrado amigo, Bruno ha omitido toda referencia a su desquiciamiento, a los escándalos y situaciones escabrosas, más por lástima o por no manchar su prestigio. Y claro, por cuestiones de marketing. Y es posible que esta compasión no solicitada sea lo que saca de quicio a Johnny y así se lo enrostra a Bruno gritándole que no cree en su Dios, que no lo necesita, que él no toca como los dioses ni como Dios, que al libro le hacen falta las urnas, que no necesita la piedad de Bruno ni de nadie. 

Los guiños literarios al poeta galés Dylan Thomas atraviesan el relato. Uno de los dos epígrafes que lo encabezan es un verso de Thomas: O make me a mask (Oh, hazme una máscara),[2] con el que se inicia el poema que lleva ese mismo título. Bruno comenta que Johnny hojea algunos versos de un poemario de Thomas que tiene consigo. Baby Lennox le cuenta en una carta desde Estados Unidos que Johnny, hospitalizado tras una sobredosis, parecía delirar con las palabras “oh, hazme una máscara”.[3] Pero, más allá de estas referencias poéticas hay una suerte de parangón entre estos dos artistas contemporáneos, Parker y Thomas: el galés finalmente sucumbió ante su alcoholismo a los 39 años luego de ingerir una sobredosis de whisky -y, al parecer, de fármacos- y de llevar una vida intensa y desgarradora; Parker murió como consecuencia de su adicción a las drogas en 1955, dos años después de la muerte de Thomas. Es probable que Cortázar pensara inicialmente en la figura de Thomas cuando concibió la idea de escribir el relato; es decir, su personaje iba a ser un escritor, pero, optó por un músico igualmente atormentado.
El perseguidor es un relato magistral, perfecto. Al lado de la angustia, la genialidad, la oscuridad, el desquicio y el delirio del enorme jazzman que es Carter/Parker está la mesura, la inteligencia, el encanto y la cordura del bonachón crítico melómano que es Bruno/Cortázar. Diríase que Cortázar indaga justamente en los contrastes de la naturaleza humana, que es al tiempo maldita y luminosa, desenfrenada y sosegada, psicótica y equilibrada, y su Johnny Carter funciona en ese sentido como un alter ego.



[1] Julio Cortázar, “El perseguidor”, La isla a mediodía y otros relatos, Salvat Editores, 1971, pp. 150-196.VhVttp://www.literaberinto.com/Cortazar/elperseguidor.htm.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.

1 comentario:

  1. Estupendo artículo Jaime sobre este magnífico relato de Cortázar.

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